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Como casi todos los escritores realmente buenos, Alejandra Pizarnik fue siempre un centro, alrededor del cual se organizaba el resto. En el personaje con el que se identificó operaba una dialéctica intrigante: estaba construido por rasgos secretos y que valían por el secreto, pero el personaje, por ser un personaje, estaba hecho para los demás, era público por esencia.
El precipitado de esta contradicción fue el confesionalismo de su poesía, que administrado con suprema habilidad sirvió para alimentar el deseo creciente de acceder al centro que ella era. Alejandra Pizamik tuvo una invencible aversión a la política, que justificaba con el hecho de que su familia en Europa hubiera sido aniquilada sucesivamente por el fascismo y el estalinismo. No necesitó hacerse demasiados problemas porque su período de actividad, entre 1955 y 1972, fue básicamente despolítizado en el terreno cultural. Para ella, la literatura tenía un único compromiso, con la calidad.