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Este Diccionario es la obra de dos profesionales: un lingüista y un jurista que intercambian conocimientos. Una acusada peculiaridad del lenguaje jurídico es la ausencia en el mismo de galanuras líricas o poéticas, de lenguaje figurativo, o creadoras que buscan la elegancia, el hallazgo de la belleza, la expresividad y manifestación, en fin, propias del estilo literario. (Aunque nos sorprenda la noticia de que Stendhal ?y no sólo él? se ponía a escribir sus fabulaciones, luego de haber leído algunos artículos del Código civil, para jactarse, a posteriori, de precisión y de mera abstracción). Y diferenciado asimismo del lenguaje técnico y científico, con su creciente terminología e incesante entrada de léxico, que se incrementan de forma continuada. Al lenguaje jurídico ?como a todos, señor, como a todos? le acechan peligros varios? que se solapan con frecuencia por autosuficiencia injustificable o, sencillamente, por ignorancia suma. Y todo ello dentro de su conservadurismo, su notorio arcaismo, su anclada estructura, su fraseología casi inmutable. En el terreno lingüístico, idiomático, gramatical, o como quiera llamársele, están acechantes ?dijimos? escollos y peligros de naturaleza varia. Así, por citar algunos, la impropiedad de concordancias (poder motriz, este acta? Hemos encontrado en una sentencia, ¡ay, dolor! un satisfaciera que tira de espaldas). Ignorancia también en las formas correctas de los verbos irregulares (cupiendo, holle, quiere decir huelle, pisotee). El uso cada día más frecuente y agresivo del tópico o lugar común, frasecitas manidas y absurdas, herencia tal vez de la jerga de algunos políticos o de algunos periodistas aficionados (en base a, a nivel de?). La incorrección ?oral y escrita? de voces nuevas, mal asimiladas, acaso innecesarias, o formadas contra la correcta derivación o asimilación, (los ejemplos son múltiples). La utilización inoportuna de un latín falsificado (ese horrible de motu propio). El empleo tan peligroso del gerundio, casi siempre mal (nació en Madrid, estudiando en Barcelona). La amenaza, cada día más abundosa, de la construcción llamada pasiva refleja? pero a la francesa (se vende pisos). La grafía de vocablos usuales (inflacción?). La acentuación increíble de palabras (ésto, éso, aquéllo, demostrativos neutros no confundibles). El solecismo, florón máximo de la ignorancia (los juristas de quien hablamos?). La parca utilización no correcta de voces comunes y vulgares como ambos, sendos, cuyo y sus variantes morfológicas. El mal uso ?dentro de caprichos personales, en ocasión justificables? de los signos auxiliares del lenguaje: punto, coma, punto y coma, dos puntos, paréntesis, guión, corchetes?