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Las sociedades occidentales actuales son difícilmente concebibles sin la figura del jurista profesional. Éste realiza, en mayor o menor medida, la función de mediador entre los sistemas jurídicos -que poseen un carácter general y abstracto- y los conflictos de intereses y derechos que se generan en la vida social. Por ello, el ejercicio de su profesión afecta a bienes jurídicos fundamentales de la persona, como el patrimonio o, incluso, los derechos humanos más básicos. El jurista es el primero que debe ser consciente de la trascendencia y la repercusión social de su trabajo profesional. Tiene que valorar la importancia de las funciones a las que está llamado, de cuya consecución dependerá el correcto ejercicio de su labor. Por ello, debe ser consecuente y procurar adquirir un conocimiento de la razón de ser de la propia actividad, de los principios éticos y deontológicos que la inspiran y de las exigencias personales que de ellos se derivan. En esta línea, el objetivo de este libro no es tanto mostrar «preceptos» de ética profesional, como invitar a reflexionar sobre las mismas bases y principios sobre los que se asienta la Deontología jurídica. Se intentarán justificar algunos presupuestos que hagan posible, a partir de la dimensión personal -y por lo tanto ética- del actuar humano, el reconocimiento de la existencia de una ética profesional de los juristas. Ello permitirá, a su vez, fundamentar la conveniencia de una Deontología jurídica.