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Vivimos en una época en que la producción y el acceso a las imágenes están cada vez más extendida y dispersa espacialmente. La vista privilegiada, que ocupa una posición de absoluta exterioridad, es de hecho inaccesible. El que ve también está en condiciones de ser visto. Personas, grupos, organizaciones, ciudades y regiones producen imágenes para ampliar sus conexiones, sus redes, creando nuevos horizontes de interacción, nuevas condiciones de proximidad. Se reconfiguran ciertos regímenes de visibilidad, consolidados desde hace mucho tiempo. Más que imitar lo real, como sugiere el modelo representacional del conocimiento, las imágenes participan de las formas de estar en el mundo, son instrumentos en nuestras múltiples trayectorias. La mayoría de los modelos de visualización actualmente concebidos no pretenden unificar la experiencia, ya que reconocen el carácter fragmentario e incompleto de los puntos de vista y de las situaciones de exposición. Sin embargo, en las ciencias sociales, la actitud sospechosa hacia estos productos culturales, considerados como dispositivos de persuasión o vigilancia, sigue estando muy extendida. La geografía, ciencia comprometida desde sus orígenes con la producción de artefactos gráficos para pensar el mundo, y cuyo ejemplo paradigmático es el mapa, opera a una distancia crítica de estas interpretaciones. Estos temas se tratan aquí de una manera muy particular y original, incluso en el campo de la geografía. La geografía de la visibilidad es un enfoque teórico, una invitación a interpretar espacialmente las imágenes y el fenómeno de la visibilidad en sí, pero sobre todo nos anima a reflexionar visualmente sobre los lugares, recuperando el sentido de la observación y haciendo así visible lo que de otro modo nos pasaría desapercibido.