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El futuro de la singularidad tecnológica ha llegado para quedarse. Las innumerables capacidades de la IA y de la robótica son evidencias incontestables, y cada vez son más intensas e innovadoras en la vida social, económica, y en donde sus notables aplicaciones a los distintos sectores nos manifiestan una realidad cada vez más alejada de lo que no hace mucho tiempo era pura "distopía". Y sin embargo, hoy en día nos sitúan en un mundo en donde el hombre se dice (no exento de un tono autocomplaciente) será superado por la "máquina pensante", superinteligente y plenamente autónoma, capaz de "pensar, sentir y decidir" por sí misma. Nada que ver con los autómatas del medioevo cuyo afán consistía simplemente en emular tareas repetitivas del ser humano. Hoy con la denominada Revolución 4.0 se camina en una dirección en donde la "creatividad computacional" nos situará en un futuro de incógnitas e incertidumbres, no sólo tecnológicas, sino éticas y jurídicas de primer orden. Así las cosas se piensa que los robots inteligentes (los nuevos esclavos digitales, como los viejos siervos o esclavos del Derecho romano) serán capaces de superar el razonamiento, conocimiento y conciencia humana. No sólo nos bastan estas desconcertantes reflexiones, sino que serán capaces de emular actividades propias del cerebro y desarrollar un pensamiento lógico, incluso superior al "racional", y en donde no seremos capaces (como el clásico test o juego de la imitación de Alan Turing) de distinguir el hombre de la máquina? ¿utópico espejismo o revolución tecnológica cierta? Un paso de gigante de la vieja máquina de vapor a la máquina superinteligente, capaz de alcanzar un razonamiento propio (machine learning) y con sutiles ventajas competitivas. En este sofisticado estado de cosas hasta la UE (en resoluciones del Parlamento Europeo) se plantea de futuro otorgar personalidad electrónica a los robots inteligentes, capaz de generar decisiones autónomas cuando alcance "ese ansiado aprendizaje profundo" (deep learning) lo que nos sitúa en otro problema consistente en responder de los daños que pueda cometer por sus actuaciones individuales los "agentes autónomos" alejados de los dictados de supervisadas programaciones algorítmicas y por el contrario siendo capaces de tomar y adoptar sus decisiones propias por la interconectividad con el entorno.