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Hay una narrativa válida de la identidad occidental cimentada en sus logros: las libertades civiles y políticas, la valoración del individuo como un fin en sí mismo, el progreso tecnológico orgánicamente vinculado a los avances científicos. Pero, en paralelo, ha habido una disfuncionalidad esencial en Occidente cuya primera manifestación irrumpió en escena un verano de 1914 y cuyas secuelas siguen asediándonos como un espectro.Una secuencia de fracasos le está cincelando un nuevo rostro a la cultura occidental; fracasos no menos idiosincráticos que los éxitos que le hicieron un experimento único en la historia. ¿Acaso Occidente se ha venido envenenado a sí mismo de un tiempo atrás? ¿Por qué un orden social capaz de generar abundancia y un margen de libertad previamente desconocidos da lugar, como ningún otro, a tanto repudio estridente por parte de sus beneficiarios? ¿hay algo disfuncional en la metafísica que emana de la modernidad y que interfiere en cómo experimentamos la realidad? ¿qué casos sintomáticos podemos encontrar de esa disfuncionalidad en la historia? ¿qué eventos dicen lo mucho que nos hemos a
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