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Benedicto XVI nos dice que San Pablo “se entregó totalmente por la unidad y la concordia de todos los cristianos”.
Pero antes, tuvo que luchar mucho. Su conversión, aunque parezca tan simple como “caerse de un caballo”, no fue fácil. La vida de Pablo fue, según sus propias palabras, un duro combate.
Todos conocemos sus peripecias, viajes, tempestades y apostolados. Y si no, el libro de los Hechos y sus Cartas son una buena fuente. Aquí he querido meditar su conversión, el punto de partida. Ese encuentro con la humanidad de Jesús y esa búsqueda de la unidad y la concordia dentro de sí mismo. Primero, ordenó su interior. Luego, salió al mundo. Pero eso fue luego. Como de pasada, nos hablan los Hechos de un tiempo esencial de preparación, de oración, de desierto, de luchas internas. Sin una búsqueda de Dios en nuestro corazón, sin un encuentro fulminante con nuestra propia humanidad, cuyo modelo es la de Jesús, no tenemos nada, no podemos entregar nada, ni entregarnos a nada.
En Jesús brilla el resplandor de la Verdad, que todos los hombres buscamos y que “cegó” a Saulo y lo convirtió en San Pablo. Hay que dejarse “cegar”, inundar, iluminar con la luz de Cristo. Es hora de quitar-nos las gafas de humo que tanto nos protegen del brillo del sol, y de que nos rindamos.