Relatos de Sebastopol

Relatos de Sebastopol
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Los Relatos de Sebastopol nos sitúan en la Guerra de Crimea (1853-56), más concretamente en el sitio de Sebastopol en cuya defensa participó el propio Tolstói como oficial de artillería. Se ha dicho que Tolstói fue el primer corresponsal de guerra, pero esa afirmación no es del todo cierta. En primer lugar, los reportajes de Tolstói no tienen un fin periodístico sino literario, no muestran un compromiso perentorio con la inmediatez y no fueron publicados hasta meses después de que los acontecimientos descritos tuvieran lugar; además, en sus tres novelas apenas hay datos concretos, precisiones temporales, disquisiciones sobre táctica militar, análisis de armamentos, comentarios sobre sistemas de fortificación o técnicas de asalto, descripciones desapasionadas de batallas; en definitiva, nada de lo que consiga el reportaje periodístico. La visión que desde el primer momento da Tolstói de la guerra es brutal y antiheroica. El autor no se ocupa de grandes hazañas, de actos señalados de heroísmo, sino de la verdad diaria de la guerra y de sus consecuencias más terribles. Al igual que en Guerra y paz, Tolstói describe los combates como un caos incomprensible, como un torbellino arrebatador en el que los soldados van de un lado para otro sin entender la propia esencia de sus actos: resuenan los cañones, destellan en el cielo los disparos azarosos y las estelas imprevisibles de las bombas, estallan sin aviso los proyectiles, los soldados avanzan y retroceden en desorden y nadie sabe muy bien qué está pasando, qué ejércitos vencen y cuáles son derrotados. Los reportajes de Sebastopol se oponen a la visión romántica de la guerra y se plantean como prioridad la descripción del mundo interior de soldados y oficiales; más que los combates, su verdadero protagonista es el hombre. Lo que une y distingue los tres Relatos de Sebastopol es precisamente la implacable introspección con que Tolstói analiza a los protagonistas, su asombrosa capacidad para perfilar la personalidad de un personaje mediante unos pocos trazos sabiamente escogidos, su incidencia en el monólogo interior - lo que alguien llamó los «dialectos del alma» - y en la exploración de las intenciones y ambiciones ocultas de los hombres, su preocupación ante todo por valores de orden moral y, en última instancia, su obsesión por la muerte, que no le abandonaría nunca. Tolstói envió el primer reportaje de Sebastopol a finales de abril de 1855. La obra fue publicada en junio con la firma L. N. T y recibió comentarios favorables de la crítica y una cálida acogida del público. Alejandro II quedó tan impresionado después de su lectura que ordenó su traducción al francés y dispuso que fuera publicado en Le Nord, un periódico ruso editado en Bruselas. Turguénev se mostró entusiasmado y escribió a Panáev: «El reportaje de Sebastopol es un milagro. He vertido lágrimas mientras lo leía y he gritado ¡hurra!». Los elogios unánimes que recibieron los Relatos de Sebastopol acabaron por consolidar la fama del escritor y le ayudaron a perfilar su futuro. Con el final de la guerra terminó también la carrera militar de Lev Tolstói. El 10 de octubre de 1856 anotó en su Diario: «Mi destino son las letras. ¡Escribir! ¡Escribir!».

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