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En esta época necesitamos pensadores heterodoxos. Albert Hirschman es uno de los mejores.
Imagina que das un salto atrás doscientos años y puedes hablar, en un skyline de guillotinas, con las élites aterradas por los sans-culottes franceses que reclaman en las plazas libertad, igualdad y fraternidad.
Imagina que retrocedes ciento cincuenta años y escuchas, entre barricadas, los argumentos de la burguesía autoritaria acerca de por qué el sufragio universal era sinónimo de barbarie.
Imagina que puedes trasladarte cien años hacia atrás y estás en una elegante mesa con economistas, gerentes y juristas que dicen que los derechos sociales, la jornada de ocho horas, la sanidad o la educación públicas son medidas que hermanan a las dictaduras.
Imagina el mundo de hoy, donde la extrema derecha, hace dos décadas repudiada en todo el mundo, ha arrastrado a la derecha en su soberbia y juntos repiten sin complejos los mismos argumentos que la reacción ha repetido en los últimos doscientos años: no se puede cambiar nada, lo vas a empeorar, vas a poner en peligro logros que se habían alcanzado.
Albert O. Hirschman (1915-2012), uno de los pensadores más brillantes de las ciencias sociales, nos brinda herramientas para defender la democracia en un momento de amenaza. Y con su genio tranquilo, también hace un recordatorio al pensamiento progresista, más en concreto a la izquierda, para que no cometa el mismo error que la derecha y pierda la razón argumentando con exageraciones.