Richard Ingersoll El vacío sagrado Kunsthaus, Bregenz, Austria

El vacío sagrado

Bregenz es una pequeña ciudad fronteriza de 25.000 habitantes, situada a orillas del lago Constanza, cuyo mayor acontecimiento cultural hasta el momento era un festival de ópera celebrado en verano junto al lago. Zumthor obtuvo el encargo de la Kunsthaus a través de un concurso internacional patrocinado por el Ministerio de Cultura austriaco, en el que había propuesto una caja esencialmente vacía pare albergar una institución dedicada a la organización de exposiciones temporales. Los despachos, la biblioteca, la cafetería y la librería iban a alojarse inicialmente en un edificio existente en el solar, pero esta construcción fue posteriormente demolida y sustituida por una nueva ala auxiliar que forma una pequeña plaza con el nuevo museo. Una presencia volátil Situada en el corazón de la ciudad, junto al teatro municipal, la Kunsthaus es un evanescente objeto añadido al tejido urbano, a la vez extraño y seductor. Casi un cubo perfecto, está revestido uniformemente de cientos de paneles de vidrio traslúcido sujetos con fijaciones de acero que los mantienen inclinados y ligeramente solapados a la manera de las tejas de madera, pero de forma que las superficies no se toquen nunca. El muro cortina queda por fin liberado aquí de toda dependencia de la estructura interna y el aire circula libremente a través de un amplio andamiaje autoportante de acero, de casi un metro de ancho, que sujeta esta envoltura tan diáfana. La nebulosa superficie traslúcida y la angulación oblicua de los paneles de vidrio hacen del cubo una presencia volátil, en constante cambio a lo largo del día según las condiciones de luz, de modo que en algunos momentos casi parece evaporarse, mientras que de noche se convierte en una linterna radiante. Al igual que una crisálida sedosa que envolviera a un ser a punto de nacer, la borrosa superficie de las tejas de vidrio ofrece tan sólo un atisbo de la organización interna del edificio y, del mismo modo, promete la condición recíproca de no dejar ver el exterior una vez dentro. La primera fila de paneles está llena de huellas de dedos que revelan las muchas personas que se acercan a espiar por entre las rendijas pare tratar de resolver el misterio de la anatomía del edificio.
Una vez en el interior, la cuestión de dónde están las paredes y los suelos queda subsumida en la propia potencia del espacio, que ofrece una sensación de sublime distanciamiento del mundo. Se ha creado un sutil movimiento helicoidal mediante la disposición de los tres formidables planos de hormigón que forman la estructura primaria. Sus distintas longitudes siguen una progresión de 5, 9 y 12 unidades, y cada uno de ellos oculta un elemento de servicio: el montacargas; el conjunto formado por el ascensor, la escalera de incendios y los conductos vistos del aire acondicionado; y, finalmente, la escalera principal. Mientras la superficie de hormigón presenta la textura cerúlea de los museos de Kahn, el otro precedente que enseguida parece probable es el de la organización espacial de Mies van der Rohe: es como una versión cerrada del proyecto de Mies de los años treinta del ‘museo para una ciudad pequeña’ multiplicado en los tres niveles superiores.
Los planos de Zumthor —con sus gruesas líneas negras que indican el hormigón, y las finas que representan el acero y el vidrio— parecen exageradamente diagramáticos, pero lo cierto es que describen perfectamente lo que hay. Tal vez se echa de menos alguna indicación del sistema de calefacción y refrigeración: un sistema tipo hipocausto encajado en el hormigón. El aire acondicionado circula a través de los derrames de un centímetro que quedan entre los muros y el suelo. Todas las funciones auxiliares de la Kunsthaus se han alojado en el edificio negro de tres plantas situado en su flanco este. Entre las cinco crujías que forman su retícula se alternan paneles sólidos de hormigón y paños deslizantes de vidrio, de modo que el edificio de servicio es en todos los sentidos mucho más transparente para su función y su estructura que el fascinante objeto traslúcido al que sirve. Con su pequeña plaza, ofrece toda una gama de actividades profanas —el bar, la librería, la biblioteca y los despachos— a la espera del encuentro con el vacío sagrado. Al igual que en el laberinto pétreo de Vals, en la Kunsthaus Zumthor transporta el cuerpo lejos de lo cotidiano, sumergiéndolo en este caso entre los materiales primarios del vidrio y el acero. Dentro de este espacio liminar, el orden de la ‘montaña mágica’ se revela como un mundo de esencias.

Bibliografía